miércoles, 1 de febrero de 2017

Putas y terroristas



Putas y terroristas
domingo 01 de enero de 2017
Borja M. Herraiz
Jefe de Internacional de El Imparcial

En un mundo tan volátil como el que vivimos actualmente, con un equilibrio de poder desplazándose poco a poco hacia Oriente y con las potencias emergentes reclamando una cuota de capacidad decisoria cada vez mayor en las políticas de seguridad y defensa, cabe pararse a pensar cómo de divergentes son los planteamientos y las soluciones que se están proponiendo ante dos de los grandes retos de la globalización: el terrorismo y el crimen organizado.


Mientras organizaciones como Estado Islámico o Al Qaeda, y su pléyade de respectivas filiales, siguen infundiendo el temor a lo largo y ancho del globo con periódicos atentados, trasladando el miedo y la inseguridad desde sus feudos perdidos de la mano de Dios hasta nuestras mismas calles y casas, es sorprendente lo poco que nos importa la pandemia que supone, al mismo tiempo, el crimen organizado.

El terrorismo es uno de los grandes temores colectivos del siglo XXI, de eso no hay duda, pero su impacto es, en términos generales, relativo y variable. Vive de la publicidad, de la exhibición de sus actos, de la resonancia mediática y, por extensión, del reconocimiento social de que es una amenaza creíble y patente. Por el contrario, la razón de ser del crimen organizado, y entendemos por éste el blanqueo de capitales, la trata de personas -ya sean refugiados, mujeres, niños o trabajadores-, el tráfico de drogas, armas, animales o arte, los delitos contra el medio ambiente, etc., es la opacidad, el secretismo. Cuanto menos se hable de él, mejor, más productivo y, en consecuencia, más disruptivo.

En este segundo grupo, que normalmente sirve de vía de financiación para el primero, como es el caso, por ejemplo, del petróleo comercializado por redes vinculadas a ISIS, se cuentan centenares, miles de organizaciones que, al no mancharse las manos de sangre, la sociedad global adquiere una menor sensibilidad colectiva ante ellas. Sin embargo, la realidad es que en su conjunto son mucho más perniciosas y erosivas para la estabilidad y la seguridad mundial que los cuatro locos de turno enfundados en chalecos-bomba.

Pero pongámoslo en cifras, pues sólo así logramos atisbar de forma fidedigna la dimensión de esta lacra. El crimen organizado mueve en torno al 10 por ciento de la riqueza mundial. Es decir, uno de cada diez dólares que circulan en el mundo a día de hoy tienen como origen o destino alguna actividad ilícita. Esto se traduce en un impacto negativo en torno al 13 por ciento del Producto Interior Bruto mundial año tras año y creciendo, según el Fondo Monetario Internacional.

Más datos: en estos momentos se blanquea entre el 2 y el 5 por ciento del PIB global, el comercio de drogas genera un volumen de facturación de 750.000 millones de dólares al año; el de falsificaciones, de 650.000 millones; los delitos contra el medio ambiente, de 40.000 millones; el tráfico ilegal de personas, de 20.000 millones; el de animales, de 13.500 millones. Es decir, traducido en su conjunto, cuando hablamos de crimen organizado hablamos de 3 billones de dólares anuales en actividades delictivas, una cifra equivalente a los presupuestos públicos anuales de Alemania y Japón, tercera y cuarta economías mundiales, juntos.



Si nos vamos a las víctimas mortales, las diferencias son igual de gigantescas. La cifra de muertos por actos terroristas en los últimos dos años en Europa y Norteamérica no llega a los 400, mientras que sólo los fallecidos por consumo de drogas en España en 2015 superaron los 800; en Europa, los 16.900; en Estados Unidos, los 43.000; en el mundo, los 187.000. Y esto sólo en cuanto a consumo de estupefacientes. Súmele a estas cifras las defunciones por el resto de conceptos. Terrible.

Pasemos al impacto medioambiental. Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), desde 1990 las redes del crimen organizado están detrás de la tala ilegal de 129 millones de hectáreas de bosques, una superficie casi equivalente a la de toda Sudáfrica. Esto supone un negocio de 152.000 millones de dólares al año, una suma superior a toda la ayuda al desarrollo prevista en el planeta. Además, 350 millones de animales y plantas son vendidos ilegalmente en el mercado negro cada año.

Las nuevas tecnologías y la democratización del acceso a las mismas hacen muy difícil la lucha contra estas organizaciones de guante blanco, pues el flujo de capitales se ha globalizado y la gobernanza mundial, cada vez más conglomerada, no logra dar con una respuesta eficaz a un problema acuciante.

La sociedad occidental está mucho más concienciada ante la amenaza que puede suponer la radicalización terrorista de individuos aislados que con la proliferación de prostitutas forzadas o falsificaciones en sus calles. Lo primero es agresivo y potencialmente mortal, lo segundo en cambio es fruto de lo casual, de la picaresca. He ahí el error de base, la aceptación del crimen organizado en su producto final sin ser capaces de valorar el daño que ha dejado tras de sí.


Desde la esclavitud de personas al destrozo medioambiental, pasando por el expolio cultural o la evasión fiscal, este tipo de delitos son pasados por alto con mayor facilidad porque no acarrean, al menos no de cara al público, delitos de sangre, si bien son terriblemente perjudiciales y llevan aparejados la vulneración de derechos humanos, conflictos de diversa índole, la corrupción generalizada o la economía sumergida, entre otros elementos.

Es necesario abordar esta problemática en su conjunto, pues si el problema no entiende de fronteras, la solución tampoco debe hacerlo. Una mayor cooperación y coordinación ante estas actividades, tanto de las potencias tradicionales como de las emergentes, así como de las organizaciones internacionales, y una persecución efectiva de sus patrocinadores, públicos o privados, urge como paso previo a erradicar una situación que se lleva por delante, no sólo decenas de millones de dólares al año, sino también, como hemos visto, millones de vidas humanas.

http://www.elimparcial.es/noticia/173176/opinion/putas-y-terroristas.html




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